El carisma de Hitler (6): Los jovenes
Para Rees su “triunfal ascenso al poder” se basó en sus “habilidades retóricas”. Sin olvidar que otra clave de su éxito era que “predicaba para gente que estaba desesperada”. Su nacionalismo regenerador encandilaba a los jóvenes, que consideraban que era el momento de “forjar una nueva Alemania”. Su maniqueísmo y aparente seguridad en sí mismo contagiaba a sus seguidores de confianza en las propias fuerzas y agresividad contra los “extraños”, en particular los judíos, pronto convertidos en responsables de los males de la nación. Consciente de los resortes para encandilar a las masas, Hitler se construyó un “pasado heroico” y se presentó, con respecto al futuro, como un visionario, un profeta. Ofreció a sus compatriotas algo tan importante como esperanzas de mejora y plenitud en una etapa de crisis total. La consecuencia fue que una considerable parte del pueblo alemán se mostró dispuesta a seguirle, a sabiendas de que su objetivo era “destruir el sistema democrático” y desarrollar “actos de violencia criminal”. Al acceder a la cancillería, usó sin escrúpulos todos los mecanismos del Estado para fortalecer su poder hasta convertirse en “objeto de veneración para millones de personas”. Rees disecciona las características peculiares del liderazgo de Hitler: su hábil manejo del odio, sus decisiones solitarias, su radicalismo, la puesta en escena de los mítines, su conexión con las masas, su audacia, etc. El autor resume en una fórmula muy expresiva esa tendencia del Führer: lo suyo era una “apuesta a lo grande”. En este incuestionable éxito inicial su carisma “desempeñó un papel esencial”. Todo eso permitió que Alemania desencadenara la guerra sin que apenas se resintiera su liderazgo. De hecho, el “punto álgido de su carrera” puede datarse en junio de 1940, tras la aplastante victoria militar contra los países limítrofes. En ese verano, después de supervisar la capitulación de Francia, Hitler recibe en Berlín el más rendido baño de masas de su carrera. Le aclamaban no los disciplinados militantes del partido o nacionalistas irredentos, sino cientos de miles de berlineses sin adscripción política definida, hombres, mujeres y niños de toda condición que arrojaban flores a su paso y ondeaban entusiasmados miles de banderas con la esvástica.
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